El ser humano como centro del arte

Coderch&Malavia es un proyecto de escultura en el que el cuerpo humano es el centro del discurso plástico. Un universo de formas significantes en torno a la figura humana idealizada. Y un horizonte claro: la Belleza como herramienta diaria de trabajo. Joan Coderch y Javier Malavia se unieron en 2015 para realizar obra de escultura en la que una técnica depurada conduce el trabajo desde el modelado de taller a la pieza definitiva fundida en bronce.

Joan Coderch nació en Castellar del Vallés, Barcelona (1959) y se licenció en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona en 1984. Javier Malavia nació en Oñati, Guipúzcoa (1970), y se licenció en la Facultad de Bellas Artes de San Carlos de Valencia en 1993. Tras conocerse descubrieron sus afinidades artísticas que los llevó a embarcarse en este nuevo proyecto que sigue la línea de maestros de la figuración como Maillol, Rodin, Marini y Bourdelle.

Parte de la originalidad de su labor reside en su forma de trabajo ya que elaboran sus obras a cuatro manos, compartiendo la creación de las piezas. Joan y Javier, además ponen en común los valores de su creación artística como el compromiso social con la igualdad, el medio ambiente y la infancia.

Su proyecto destaca por la honestidad y la autenticidad: exploran diferentes actitudes humanas frente a la vida, donde está muy presente el mimetismo con la naturaleza, la búsqueda de la emoción a través de la obra, la muestra de los sentimientos que gobiernan al hombre, el encuentro entre figura y actitud, y la mezcla de la belleza y la disciplina. El ser humano es el centro de su arte.

Desde sus comienzos, Coderch y Malavia han logrado posicionarse como artistas figurativos destacados. Han recibido el Premio Reina Sofía de Pintura y Escultura con su obra “Hamlet” en 2017 y el Primer Premio en la 14ª edición del Concurso ARC International Salón, con la escultura “The Swan Dance” en 2019. También figuran entre sus distinciones la Medalla de Escultura Mariano Benlliure, el TIAC Art Prize o el Arcadia Contemporary Award.

Además del reconocimiento nacional e internacional, su trabajo forma parte de colecciones privadas en varios países de Europa, Asia y América. Muestran su obra en exposiciones colectivas e individuales tanto en entidades privadas como en espacios públicos. Muchas ciudades de Francia, Estados Unidos, México, España, Italia o Grecia, donde regularmente exponen, han tenido la oportunidad de disfrutar de sus obras.

Joan Coderch y Javier Malavia trabajan actualmente cerca de Valencia, en una antigua nave industrial de 1000 metros cuadrados que también les sirve como lugar de exposición privada del conjunto de sus obras.

La obra de Coderch y Malavia:
acción detenida, distancia interior

Por Juan Ramón Martín, escultor

Toda obra bella es cerrada.
Resplandece muda

Paul Valery

Como si de una carrera de relevos se tratase, son muchas las referencias que la creación artística toma prestadas de la Cultura, para devolverla, enriquecida, con más argumentos, y ofrecerlos como testigos de los nuevos tiempos. Todos ellos resuenan en el fondo de la memoria colectiva y van componiendo soluciones para desvelar de manera parcial el misterio en el que el hombre está sumido, el misterio de la vida.

A finales del siglo XIX el poeta Rubén Darío escribe:

…” Y sobre el agua azul el caballero
Lohengrin y su cisne, cual si fuera
un cincelado témpano viajero,
con su cuello enarcado en forma de S…”

Refiere el poeta la forma suave y blanca del ave posada sobre el infinito plano horizontal surcando suavemente, sin pausa, las aguas nocturnas en silencio, en una imagen dada para la contemplación visual. Sus curvas son un deleite para la mirada; su deambular, placido, semejante al de una masa de hielo cincelada por un escultor.

Con anterioridad, la tradición medieval en Alemania cuenta cómo el Caballero arribó en un barco arrastrado por un cisne para defender a una doncella con una única condición, no preguntar su nombre. Cisne, doncella, silencio y muerte son elementos de una narración que luego inspirarán el relato de la ópera Lohengrin de Wagner.

Este mito alemán lleva, algo más tarde al rey Luis II de Baviera a construir su Palacio con piedra blanca en lo alto de las colinas verdes, entre las nubes y las humedades septentrionales para denominarlo posteriormente El cisne de piedra: una imagen más, alusiva a una gran masa blanca cuya quietud se ofrece para el placer de la mirada.

El velo robado de Musaus, siguiendo esta tradición, se convierte en el cuento que inspira el ballet de El lago de los cisnes de Tchaikovski, obra de una extraordinaria belleza que narra la historia del príncipe Sigfrido que se enamora de la ninfa Odette, transmutada en cisne por un maleficio amoroso.

Como en un hilo continuo, literatura, música o danza nos van desvelando las distintas capas con las que profundizar en el conocimiento. Unas y otras son principio y fin, partida y motor para el deleite de quien contempla el mundo tratando de poseer parte de la belleza contenida en él. La escultura es otro de los grandes pilares de la expresión humana. Seducción y fantasía surgen de sus masas y convierten la materia en objeto de pensamiento. Lo hacen muchas veces por semejanza, otras por evocación y, en otras ocasiones, por resonancia con las otras artes. Lo hacen y conmueven con unos argumentos propios de su disciplina. Así como la pintura se expresa con el color, la danza con el movimiento del cuerpo y la luz, la escultura utiliza la proporción, la sombra, los equilibrios y las texturas de la materia para conmover al espectador sensible.

He tenido la fortuna de conocer en profundidad la obra de Coderch y Malavia, obra de escultura refinada que cuenta historias determinadas de inspiración literaria o musical. En ocasiones representan los mitos clásicos, en otras los populares o los tradicionales. Ponen y exponen sus piezas bajo la influencia de la luz en la que los contornos nunca acaban e invitan a una contemplación en movimiento, una contemplación peripatética. Las esculturas responden a la luz invocando la mirada que queda atrapada en ellas. La luz sobre estas obras se convierte en un don; es, como dice Claudio Rodríguez, claridad sedienta de forma.

La representación del cuerpo humano en la obra de Coderch y Malavia se hace poesía. Es sustancia de contemplación y placer. El mito del cisne vuelve con ellos a encarnar piezas como las tituladas Odette o Swan, cuyas imágenes congeladas nos llevan al ballet de Tchaikovsky, donde los cuerpos de los bailarines se expresan en plena tensión. Odette, mitad mujer y cisne, ofrece al espectador un cuerpo femenino de extraordinaria belleza en el momento de cerrar sus alas sobre la cabeza, transfigurándose para desaparecer y condenar a la soledad a su amado Sigfrido. Sigfrido a su vez, representado en Swan soul, baila, hipercinético y detenido en plena pirueta en una danza desesperada.

Construidas por sumatorio de volúmenes, trabajadas por modelado en arcilla o en cera, acaban siendo fundidas en bronce con voluntad de eternidad. Verdad, Bondad y Belleza, los tres principios platónicos, están contenidos en el quehacer artístico de estos escultores. Cada una de las piezas está pensada para perdurar en el tiempo. La materia en sus manos adquiere expresividad y contundencia. Modelan el cuerpo humano de una manera clásica en figuras siempre llenas de tensión y movimiento, haciendo hablar a la materia de manera elegíaca, unas veces bucólica, otras lírica, pero siempre con un alto grado de poesía; siempre colocando sus imágenes cerca de los límites la belleza.

Su pieza titulada The tissue of time que representa a Penélope, la paciente, la que espera la incierta llegada de Odiseo, se coloca frente al espectador con la mirada puesta en un espacio y un tiempo ajeno a su ser; el velo que teje le ata las manos, el cuello y la cabeza, y cae por delante de ella mucho más abajo que sus pies. Equilibrio inestable, anatomía perfecta y belleza completa.

Todas sus piezas representan momentos intensos en las vidas que cuentan, en los mitos que evocan, pero todas ellas quedan suspendidas en un evidente enigma. El espectador se cuestiona inevitablemente por los instantes previos o posteriores a la acción congelada. Esa incertidumbre es parte del misterio, centro mismo de la circunstancia estética de estas obras. En Learning to fly, el momento en el que Ícaro va a saltar, cuáles son sus temores, si resistirán sus alas de cera el calor del sol o dónde está su pensamiento, son algunas de las incógnitas por resolver. En todas estas obras encontramos el concepto “acción” que nos sugiere una cierta teatralidad en sus argumentos.

También Coderch y Malavia nos ofrecen la escultura de un fauno danzante, seguramente ebrio, completo de movimiento, pero lleno de juventud y belleza. El fauno es un mitema que recorre los cauces de la cultura; es un personaje sensual, en ocasiones brutal, mitad hombre mitad macho cabrío, que está presente en las bacanales, es compañero de las danzantes ménades y los músicos de la noche. Cuenta el célebre poema L´après midi d´un faune de Mallarmé, cómo estando el fauno deambulando frente a la tersa laguna en su isla de Sicilia, en las candentes horas del mediodía, confunde dos cisnes que se posan en el cañaveral con dos ninfas del bosque y siente un gran deseo de poseerlas… Un poema que vuelve a evocar el imaginario de Coderch y Malavia, como también fue inspirador de la bellísima pieza musical homónima de Claude Debussy y del célebre ballet que coreografiara Nijinsky.

Como ya sabemos la Cultura es un manantial inagotable sobre el que se construye pieza a pieza el gran edificio del conocimiento. Coderch y Malavia son dos actores más en este hermoso proceso humano que es la Cultura.

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